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domingo, 6 de marzo de 2011

Reflexiones sobre la situación del músico en la sociedad... (II) MÚSICA versus Industria Musical. De si es lícita hoy día la industria musical.


Inicié mi primer artículo breve sobre “Reflexiones sobre la situación del músico en la sociedad…” a partir de una fuente de hace casi más de 200 años: los artículos de Frank Liszt publicados en la Gazette musicale concretamente en 1835 y recogidos en “Cartas de un artista” y en los que reflejaba su crítica sobre la situación de los músicos y las instituciones de su tiempo. Podría ser arriesgado realizar paralelismos que pudieran resultar anacrónicos, bien porque las sociedades evolucionan o bien, de forma más concreta e individualizada, porque trato de realizar mis reflexiones en base a mi experiencia como músico con un perfil “no clásico” y quien realizaba dichas críticas venía del mundo “clásico”, y ya se sabe la eterna dicotomía música “culta” - música popular. Sin embargo aclarar que solo existe dicotomía (música “culta” – música popular) si ambas o una de las disciplinas, que a la vez pertenecen a una sola: la MÚSICA, quiere.

Si bien nuestra sociedad actual ha superado una fase post – industrial que está dando lugar a la tercera revolución industrial basada - entre otras áreas - en las telecomunicaciones que repercuten muy directamente en la música, la finalidad de este segundo artículo busca precisamente resaltar que la problemática en torno al músico y la música de hoy en día es en el fondo de la cuestión más de orden metafísico y no debería ser las descargas el eje central del debate, por poner un ejemplo actual. Algo que se nos está mostrando como el problema principal del mundo de la música cuando sí existen verdaderos problemas en la condición social del músico actual en nuestro país y que iré desgranando en sucesivos artículos.

Así, lo expuesto, sigo fijándome en la lectura de Liszt y su crítica hacia la concepción que se tiene del músico en la sociedad, pues bien puede considerarse, a pesar de las diferencias expuestas por el tiempo en que las realizó, totalmente actuales en su fondo.

Si le preguntamos a un niño o a un adolescente qué música escucha probablemente nos dirá alguna canción o músico que esté en las listas de éxito, arriba de todo, que no para de sonar por la radio o la televisión o en la banda sonora de una película recién estrenada; y por seguro que sólo nos dirá una canción en concreto, aquella que más insistentemente repiquetea en su cabeza como fruto de una incesante operación de marketing por parte de la industria musical. Incluso llegará a mencionar algún título que atribuye al artista que actualmente la está interpretando cuando ese tema quizás tenga más de 50 años pero que en realidad es de nuevo re - versionado por el artista de moda y con una producción “actualizada”.

Su percepción no es errónea…, sólo es fruto de los canales de comunicación a los que accede para escuchar música, aunque dichos canales yo los definiría como “invasivos”. Aunque relativamente sería lícita la existencia de una gran industria musical que de aquí a unos años se ha concentrado en las majors, las grandes discográficas, cabría preguntarse hoy, precisamente a costa del debate sobre la causa principal de su crisis, si su respuesta y el producto que ofrece es reflejo de lo que realmente es la música o de lo que es ser músico y lo que comporta la creatividad del mismo… e incluso de sí lo que está ofreciendo es lo que el oyente realmente quiere. Sí es lícita cualquier clase de industria y comercio y en el caso de la industria musical se trata de ganar dinero con la música…pero maticemos: estamos hablando de MÚSICA, de arte y creatividad, de una práctica universal y es entonces donde nos encontramos con una serie de agravios y sin sentidos por parte de la industria musical donde el artista siempre se lleva la peor parte.

Es justo separar de este debate a aquellas pequeñas discográficas que sí buscan una combinación de su beneficio empresarial natural (que no siempre obtienen) con el respeto a la obra del artista, con el deseo expreso de crear catálogo, bien estilístico (especializándose en determinadas músicas) o bien totalmente creativo.

Planteándolo de otra manera: hay que preguntarse si la industria musical llega a reflejar o incluso a “preocuparse” por la creatividad inherente en el músico, pues si actualmente esta industria musical en concreto gusta de llamarse e incluirse en la etiqueta de industria cultural ( con los subsiguientes apoyos de los gobiernos por parte de su ministerio de Cultura), podemos llegar a discrepar totalmente de este término dado ya que los objetivos son realmente distantes a esa preocupación por la creatividad o labor del músico.

Quedaba claramente expuesto por Simon Frith en su escrito sobre “La industria de la música popular” al comenzar diciendo que la cuestión básica que se plantea la industria de la música es una pregunta tan simple como la de ¿cómo ganar dinero con la música? Sería interesante preguntar a los músicos si se hacen esa misma pregunta. Precisamente en estas dos actividades (Músico e Industria Musical) que supuestamente están íntimamente relacionadas surgen los desequilibrios. No todos los músicos ganan de la misma manera y la inmensa mayoría de ellos se plantean la pregunta de otra forma: ¿podré vivir de la música, de mi creación…? Y la industria musical se pregunta de forma directa y con objetivos claros ¿cómo ganar dinero con la música? Es cuando el músico se convierte en un obrero que pertenece a la gran industria musical – ya sabemos, contratos leoninos que llegan a afectar a la verdadera creación del autor, por poner un ejemplo -. Alguien comentó que el problema de los músicos de hoy es que desean antes la fama que el éxito, visto éste como un reconocimiento de su obra y visto aquella como la repercusión de los medios de comunicación o listas de éxito. Sin embargo no todos los músicos en la actualidad quieren pertenecer al engranaje de la industria musical tal y como está concebida. Curiosamente el músico si sabe adaptarse a los nuevos tiempos, a buscar caminos de difusión de su obra gracias a las nuevas tecnologías actuales (y de seguro que a la gran mayoría de los músicos no les importa que el público se baje sus canciones) y la Industria musical no sabe o no quiere esa adaptación, un necesario cambio de modelo productivo.

La música popular e incluso toda clase de música que ya es susceptible de comercializar o difundir (pues la denominada “clásica” también se presta al marketing musical) no equivale en su totalidad a la suma de los productos que comercializa la “industria de la música”. Nuestro paisaje sonoro es mucho más amplio. Y por ello mencionaba que el problema es más de orden metafísico que de otra índole. El problema es la concienciación de lo que es verdaderamente MÚSICA desde una base educativa temprana, comenzando por ese niño o adolescente que sólo te sabe responder el nº 1 de las listas confeccionadas por la industria a la pregunta de qué música escucha. El problema es despojar la etiqueta de “cultura” a una industria musical preocupada por una crisis que le impide seguir con su gallina de los huevos de oro y que no está ofreciendo un reflejo fiel de la inmensidad de músicos y músicas que existen.

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